La salud intestinal depende de mecanismos más complejos de lo que se había pensado hasta ahora. De hecho, existe una relación bidireccional de naturaleza bioquímica entre el intestino y el cerebro. Sus mediadores son compuestos neuroactivos que están empezando a ser estudiados con mucho interés en los seres humanos. Esta compleja relación involucra varias estructuras del organismo y es un tema con innumerables implicaciones. A continuación, revisaremos cómo algunas de ellas inciden directamente en el bienestar de las personas.
Se ha establecido el nexo como un eje que incluye la microflora, el tracto gastrointestinal y el cerebro, por lo que se abrevia MGB. Sin embargo, esta estructura funcional incluye, además, todo el sistema nervioso central con sus ramas parasimpática y simpática, el sistema endocrino, el inmunitario, el eje hipotálamo-pituitaria-suprarrenal (HPA) y el nervio vago.
El sistema nervioso entérico (SNE) también es parte de esta organización fisiológica, el cual está conformado por un gran conjunto de neuronas, organizadas en dos redes. Concretamente, el plexo submucoso, bajo la mucosa, y del plexo mientérico, situado entre las dos capas musculares de la pared intestinal. Estos se encargan de regular de forma independiente y automática las funciones digestivas, como se describe en el artículo "Rol del sistema nervioso entérico en la salud". Esto incluye tanto la secreción de los diversos órganos como la motilidad del tubo digestivo. Por estas razones, se le llama el “pequeño cerebro” del intestino.
Es el conjunto de microorganismos comensales que viven en el intestino y tiene entre sus muchas funciones una que es sorprendente. Ciertos microorganismos que componen este ecosistema producen sustancias llamadas psicobióticos, las cuales están directamente relacionadas con la comunicación bioquímica del intestino y el cerebro.
Existen factores que afectan este conjunto de gérmenes y pueden permitir el sobrecrecimiento de gérmenes patógenos. En muchos casos, estos son la causa de que aparezcan alteraciones como diarrea o flatulencia. Entre ellos figuran la dieta, la carga bacteriana ambiental, el consumo de agua clorada, la microflora materna que pasa al recién nacido y el uso de fármacos tales como antibióticos, antiácidos o laxantes.
Una consecuencia muy relevante es que las modificaciones de la flora intestinal alteran la producción de psicobióticos. Su relación con diversas patologías psiquiátricas y neurodegenerativas está siendo activamente investigada. El mal de Alzheimer, la ansiedad, los trastornos del comportamiento, el autismo, la esclerosis múltiple y la enfermedad de Parkinson podrían ser consecuencia de alteraciones en la microflora.
La flora comensal del intestino produce una variedad de moléculas neuroactivas o psicobióticos. Entre ellos figuran la acetilcolina, la melatonina y la histamina, esenciales para la regulación de la peristalsis. Además, estas sustancias son las que modifican el funcionamiento cerebral.
Hay neurohormonas que son liberadas desde las células neuroendocrinas que forman parte del sistema nervioso entérico. Directa o indirectamente, la serotonina, la dopamina y las catecolaminas modulan el comportamiento.
El glutamato que se encuentra en algunos alimentos es degradado por los microorganismos para convertirse en GABA o ácido ?-aminobutírico, un neurotransmisor que incide en el control del estrés y ansiedad. Hay estudios que demuestran que los probióticos administrados en la dieta aumentan la disponibilidad de GABA, lo que permite un mejor control de estos síntomas.
El sistema digestivo, junto con la piel y las vías respiratorias, es una de las barreras primarias del organismo, pues son órganos que están en contacto directo con el exterior. Gracias a los complejísimos procesos digestivos, los alimentos se transforman en nutrientes que pueden absorberse y metabolizarse.
Además, el tubo digestivo tiene funciones relacionadas con los mecanismos de defensa contra sustancias o gérmenes que pueden enfermarnos. En este sentido, la microflora juega un papel de gran relevancia. De ocurrir un deterioro, pueden aparecer patologías que se manifiestan con síntomas molestos: gases, cólicos abdominales y diarrea.
En primer lugar, se establecen interacciones entre el epitelio intestinal, el tejido linfático (parte del sistema inmunitario) de la pared intestinal y los microorganismos. Esto sucede desde el momento del nacimiento y continúa a lo largo de toda la vida. Es como un campo de batalla, donde constantemente se repelen ataques del enemigo.
El contacto constante de la inmunidad con lo que procede del exterior permite desarrollar lo que se llama el sistema inmunitario adaptativo. Este se contrapone al innato, el cual depende de nuestros genes. Al ampliarse mediante esta relación continua, no solo mejora la inmunidad local del sistema digestivo, sino la de todo el organismo.
La barrera mucosa intestinal asegura la retención de los contenidos situados dentro de la luz del tubo digestivo, mientras mantiene la capacidad de absorber los nutrientes. Esta función selectiva impide el libre intercambio entre el interior y el exterior del organismo, lo que podría dar paso a sustancias nocivas.
Adicionalmente, el equilibrio adecuado de las poblaciones bacterianas dominantes en la flora del intestino actúa como una barrera física. La presencia de estos microorganismos bloquea la adherencia de los gérmenes patógenos a la mucosa. Por lo tanto, este mecanismo impide su penetración y su proliferación en el intestino.
La presencia de contenidos líquidos y gaseosos es parte normal de la fisiología del tubo digestivo. Sin embargo, el exceso de gases es una condición bastante molesta y socialmente embarazosa, por lo que controlar este trastorno es relevante para la salud intestinal.
La profusión de contenido gaseoso se manifiesta con síntomas característicos. Entre ellos se encuentran los eructos, la flatulencia y la distensión abdominal, acompañada de sensación de pesadez o dolor de tipo cólico.
No obstante, la expulsión de flatos es normal siempre y cuando no sea excesiva, es decir, no suceda más de 21 veces al día. La producción normal es de aproximadamente de 200 mililitros diarios. En cuanto a la composición, predominan el nitrógeno y el hidrógeno. También se compone de dióxido de carbono, metano y oxígeno.
Los gases intestinales proceden de dos fuentes: la primera de ellas es el aire que se deglute al comer o al tragar saliva; la segunda es el gas que se produce por la acción de las bacterias sobre los alimentos. Ciertos hábitos, tales como mascar chicle, tomar bebidas carbonatadas o comer muy rápido, aceleran la ingesta de aire. El nombre médico de este fenómeno es aerofagia.
Los lácteos, las leguminosas, los almidones y azúcares, el gluten o la fibra que no se digieren totalmente pueden llegar hasta el intestino grueso y causar gases intestinales. En ese sentido, la lactosa y algunos carbohidratos que no son digeribles, tales como el sorbitol, el manitol y el xilitol, también provocan un aumento de contenido gaseoso en la luz del intestino. Esto se debe a que la fermentación bacteriana producida por las bacterias descompone estos nutrientes y genera gas.
Algunas enfermedades pueden generar un aumento en la producción de gases o aumentar la sensibilidad visceral de la persona a su exceso. Las más comunes son:
La diarrea puede definirse como la presencia de evacuaciones pastosas o líquidas, las cuales se producen con una frecuencia igual o mayor a 3 veces diarias. Según su evolución, podemos clasificarla de la siguiente manera:
Además de la evacuación de heces flojas y líquidas tres o más veces al día, pueden aparecer otros síntomas como:
Las evacuaciones líquidas y frecuentes se presentan por muchísimas razones. La exposición del tubo digestivo a agentes procedentes del exterior y los complejos mecanismos reguladores del intestino son factores predisponentes. Las infecciones, los trastornos de la motilidad intestinal, intolerancias, cirugías abdominales y el uso de medicamentos son algunas de las más frecuentes. La diarrea aguda y la persistente tienen causas diferentes a las que ocasionan la diarrea crónica. En muchos casos, no es posible determinar la causa, y en la mayoría, desaparece espontáneamente en 3 o 4 días.
La diarrea que cursa con una evolución crónica puede representar un problema a la hora de diagnosticarla y tratarla. Esta responde con frecuencia a secuelas que persisten después de curar una infección. En consecuencia, aparece cierta dificultad en la digestión o la absorción y los lácteos o la soja pueden prolongar el cuadro diarreico.
Asimismo, puede ser ocasionada por alergias o intolerancias a los alimentos, tales como huevos, cereales, leche de vaca o mariscos. En estos términos, la intolerancia a la lactosa es una patología frecuente. El problema es que no existe suficiente lactasa en el intestino, una enzima que escinde este azúcar de la leche. Por lo tanto, la molécula de lactosa no puede ser digerida y causa diarrea por ósmosis. Igualmente, otras moléculas, como la fructosa, el sorbitol o el xilitol, son capaces de causar intolerancia.
Cuando existen alteraciones anatómicas o funcionales del tubo digestivo, tales como intestino irritable, enfermedad celíaca, rectocolitis ulcerosa, enfermedad de Crohn, proliferación bacteriana intestinal y secuelas de cirugías abdominales, también puede presentarse diarrea crónica.
La diarrea provoca muchas alteraciones, tanto funcionales como anatómicas, a nivel de la mucosa intestinal. Por otra parte, los cuadros severos o prolongados ocasionan desequilibrio hídrico y electrolítico en el organismo.
La diarrea puede causar inapetencia, con lo que la ingesta de alimentos y bebidas es insuficiente. Además, las evacuaciones líquidas contienen mucha agua que el organismo pierde. A su vez, puede haber vómitos que ocasionen una merma importante de agua y de electrolitos. La consecuencia es la deshidratación, un cuadro que puede ser leve, moderado o severo.
Los síntomas de deshidratación más frecuentes son: sed, micción escasa con orinas oscuras, fatiga, saliva escasa, mareos y piel seca. En los bebés, este estado puede observarse en el hundimiento de las fontanelas.
Muchas de las causas que provocan los cuadros diarreicos lesionan la estructura y la función de la mucosa intestinal. En estas circunstancias, los alimentos son digeridos, pero no se absorben los nutrientes, como sucede con el intestino saludable. Aparece pérdida de peso, desnutrición y heces voluminosas con un elevado contenido de grasa, lo que se llama esteatorrea.
Los síntomas de la malabsorción en adultos incluyen inapetencia, distensión abdominal, gases, deposiciones blandas, abundantes y pálidas, pérdida de peso y signos de desnutrición. En los niños se observa, además, que el aumento de peso y talla es lento.
La diarrea se acompaña con frecuencia de inapetencia y existe el peligro de la deshidratación. Por lo tanto, no hay que dejar de comer, sino hacerlo en pequeñas cantidades. Las personas con intolerancia a la lactosa, a la fructosa o al gluten deben prescindir de los alimentos que los contengan. Si hay diarrea, estos son los alimentos a evitar:
La alimentación es uno de los pilares para cuidar la salud. Para ello, la dieta debe ser equilibrada, con suficiente cantidad de frutas y vegetales frescos, pocas grasas y un aporte sustancial de proteínas, vitaminas y minerales. Sin embargo, no se mencionan tanto los hábitos que tienen que ver con el hecho mismo de comer. Estas son algunas recomendaciones importantes.
Ciertas costumbres van en contra de la correcta alimentación, por lo que conocerlas para saber como eliminar los gases intestinales es fundamental. Por ejemplo, chupar caramelos duros, beber cervezas o bebidas carbonatadas y mascar chicle provoca que se trague mucho aire, el cual generará molestias abdominales posteriormente. Lo mismo ocurre si se habla demasiado mientras se come, si se fuma o si las prótesis dentales no se ajustan bien.
A la hora de alimentarse, hay que estar relajados y disfrutar de los alimentos. Hacerlo mientras se chatea, ve la televisión o trabaja, ocasiona distracciones y se pierde el control. De ser así, lo normal es comer más de la cuenta o tragar casi sin masticar.
Por lo tanto, comer despacio ayuda a no excederse. Hay que tener en cuenta que la señal de saciedad generada por el hipotálamo tarda unos 20 minutos, lo que nos indica que no hace falta continuar con la ingesta.
En cualquier caso, es importante comer solamente cuando se tiene hambre, ya que esto responde a una sensación real de necesidad. Para lograrlo, hay que diferenciarla del apetito, el cual se define como el deseo inducido por factores no fisiológicos. Entre estos figuran los pensamientos, la publicidad, los aromas o ver a otras personas comer.
Al estar en casa, lo normal es alimentarse con lo que hay en la cocina. Por esta razón, lo mejor es no adquirir alimentos ultraprocesados que generen ninguna tentación, puesto que son dañinos para la salud. Lo ideal es ir a la compra con una lista basada en un menú saludable semanal y ajustarnos a ella. Otra recomendación es no ir al mercado con prisas, ni dejarnos seducir por las ofertas para evitar la compra bajo presión.
Lo que se come no solo determina la buena salud. También es decisivo para mantener la microflora y controlar manifestaciones tales como la diarrea o los gases. En cualquier caso, es fundamental mantener las medidas de higiene para evitar la ingesta de alimentos contaminados con microorganismos o sustancias tóxicas.
Por lo tanto, conocer qué alimentos producen gases es básico para evitarlos y mejorar la salud intestinal. En general, son los que tienen un elevado contenido en carbohidratos complejos o fibra:
En resumen, la salud intestinal es la expresión de una muy compleja red de interacciones. Estas pueden ser tanto internas, cuando se desarrollan dentro del organismo, como externas, las relacionados con el ambiente. En cualquier caso, lo mejor que se puede hacer para conservarla es cuidar lo que se come y la forma de hacerlo.